lunes, 21 de enero de 2019

Preguntas

¿Qué hiciste? ¿Qué lograste? ¿Qué tienes para mostrar?
¿Cómo? ¿Cuántos? ¿Dónde?
¿Con qué periodicidad?

Bésame suave en la espalda,
sobre todo en ese lugar, 
ése adonde llegan  todas las preguntas y se amontonan, 
y se petrifican,
y no te dejan en paz.

¿Ya terminaste? ¿Ya llegaste? ¿Ya te fuiste?
¿Cuánto piensas esperar?
¿Tienes un minuto?
¿Tienes dos segundos?
¿Atenderías una llamada más?

Mírame a la cara un instante,
deja que mi pecho te hable al respirar.
Acaricia el final de mi nuca y toca mis costillas,
siente el vértigo que se instala en mi tripa cuando estoy por estallar.

¿Qué te pasa? ¿Por qué gritas? ¿Acaso no quieres triunfar?
¿Dónde están tus ganas? ¿Dónde está tu alegría?
¡No seas mala onda!
¿De qué te puedes quejar?

Ya no importa,
ya te fuiste,
ya no hay nada de lo que hablar.

Son idiotas que no respiran.
Robots programados para continuar.

Ya no escuchas,
ya ni miras,
ya no importa nada más.

Lo tienes claro y  no lo dudas,
llegaste a ello sin pensar:

No hay palabras sin latido 

y no hay latido sin verdad.



jueves, 10 de enero de 2019

La Tienda

La azul, la rosa, no, mejor, la grisácea.
Pará, pará.
La roja, no, la roja,
La blanca, la blanca, no, la verde que está rebajada.

Miro a mi alrededor y veo gente asustada. En la primera ronda no me había dado cuenta, pero ahora que presto atención puedo confirmarlo, es gente asustada. La luz del local es demasiado ¿blanca? y en el espejo puedo observar hasta mi última peca.

No me gusta ir de compras, pero procuro ponerle ganas.

La rosada, la rosada, definitivamente la rosada.

Quedo a la espera. Me da tiempo de reparar en mi dolor de espalda comprobar que sí, que efectivamente esa gente anda asustada, o igual es agobiada, no lo sé, pero empiezo a darle vueltas. ¿Qué les pasa? La chica que espera en la cola del probador mira muy fijamente un par de medias, pero demasiado fijamente, como si sus rayas blancas fueran de cocaína y se las hubiera metido todas.
Y al tipo que está buscando remera ¿qué mierda le pasa? ¿Por qué se me queda mirando cuando cambio la mediana por la más pequeña? ¿Tengo algo en la cara? Estoy segura de que no, ya me he mirado todas las pecas, incluídas las que no tenía antes de entrar, así que debe ser otra cosa, debe ser esta tienda que nos tiene a todos dados vuelta.

¿Segura? ¿Vos irías por la rosada? 
¿¿Segura??

Sí, estoy segura, pero es difícil transmitir certeza con esta cara pálida y malhumarada. Sólo quiero salir de esta pecera porque siento que lo que sea que encierra también a nosotros nos va a atrapar. Miro hacia el otro lado de las vidrieras y no veo nada. Pestañeo por si es la hora que ya empieza a declinar mi agudeza visual, pero no, nada cambia.

¿La rosada entonces?

¡¡SÍ, LA ROSADA!!

Mi grito de impaciencia lo alerta, pero no lo suficiente. Quiero advertirle que al otro lado no hay nada, que algo raro pasa, que si no nos damos prisa esa tienda nos engullirá de por vida y nos quedaremos para siempre en la cola de los probadores mirando las rayas de las medias deseando inutilmente esnifárnoslas, pero es imposible. No puedo decirle nada porque ya no me salen las palabras, y además un estampado de flores violeta de una falda me ha dejado hipnotizada como a la chica de las medias. Quiero gritarle que si nadie hace algo pronto nunca podremos salir de ese lugar porque una sola duda más bastará para desconectar el cable que falta y perder por completo la cabeza. Quiero alertarle de que incluso aunque conseguiéramos huir, jamás saldríamos verdaderamente de la tienda porque ya somos suyos, la tienda ha ganado y nosotros puede que la abandonemos con una compra en nuestra mano, pero jamás dejaremos de pertenecerle, jamás. Y aún si intentásemos resistirnos, incluso si consiguiéramos completar con éxito nuestra huida, ella encontraría el modo de volver a atraparnos para saciar su sed eterna mientras nosotros, por supuesto, le entregaríamos nuestra alma sin apenas darnos cuenta, porque para eso están las tiendas, para eso y para sacarnos la plata, que a fin de cuentas viene a ser la misma cosa.

Y no me despierto

Y son las 11 y no me despierto, no me despierto.

A veces duermo tan profundo que no me despierto, nunca me despierto.

Y llega el día con su densidad propia y yo sigo atrapada en los tiempos y las normas de la noche y la realidad me pesa, me pesa una tonelada.

Porque pasa el día y no me depierto, no me despierto.

Y mi cabeza es una bola cargada de cosas de otro planeta que no se van, nadie se las lleva.

Y yo que no me depierto y no me depierto.

Y pretendo luchar contra la densidad, pero la densidad me lleva pegada a sus sábanas.

Y de pronto a media mañana me doy cuenta de que sólo es cuestión de darle espacio, también a ella, a la densidad, y también a la otra ella, a la niña dormida a la que la cabeza le pesa, y también a la otra, a la que sueña, la que baja hasta no se sabe qué oscuridades a rescatar no sé qué cosas raras y vuelve demasiado cargada como para llegar hasta la superficie de las demandas. A ellas todas, a todas las ellas habría que abrirles espacios, aunque la realidad tenga prisa y no comprenda cómo corren los tiempos en el fondo del agua.

martes, 8 de enero de 2019

Crónicas argentinas capítulo tercero: El Mosquito Cordobés vino para quedarse

Nunca subestimes la capacidad de un mosquito para joderte la vida y sobre todo la noche. Ésta es quizá la mayor lección que aprendí desde que llegué a Córdoba.

En este lugar los mosquitos son unos seres sin piedad que no escatiman en recursos para probar de lo que tienes para darles. No tienen límites ni normas, atacan por doquier, en grupo o a lo francotirador y no hacen ascos a un solo rincón de tu piel. Les gusta todo, les vale cualquier cosa y no cesarán hasta haber chupado hasta la última gota de la poca sangre que te queda bien inicia la temporada de cacería.

No hay medidas suficientes para prevenir las consecuencias de su hambre despiadada. Unx puede sumergirse en Off (Aután para los del otro lado del charco), envolverse en una mosquitera, cerrar puertas y ventanas, enchufar tres millones de tabletas mientras vive en la penumbra para que ninguna luz capte su sensible atención, que ahí aparecerá El Mosquito zzzzzzzzzzzzzzzzumbeando y comiéndote la oreja previamente embadurnada en repelente; ese mosquito que, como caracteriza a todo los individuos de su especie, estará dispuesto a darlo todo a las tres en punto de la mañana.

No importa que los mates. Resucitan. 
Además no pican, ensartan. Puedes notar cómo su flecha te atraviesa la piel y después sentirás ese agradable escozor extenderse dibujando una diana alrededor del centro de la picadura, picadura que en unos instantes te será imposible evitar rascar con ansias insaciables y exponencialmente crecientes.

No hay manera de librarse del rey de la perseverancia animal. Te rondará hasta culminar su ataque, mientras tú, pobre criatura humana en la flor de la inocencia, das palmas en el aire, con ojeras de tres días y aflamencando la noche, sin atinar una sola de ellas.

Entre las características más destacadas de estos bichos está la de ser capaz de traspasar superficies de cualquier tipo, como ejemplo, el complejo conjunto de tejidos que conforman la anatomía de las manos. Hay aplausos de la muerte que son inescapables, pero no, nooooo, no, los mosquitos cordobeses van a atravesar la piel, la grasa, los músculos, los tendones y los huesos de tus manos, e ingresando por la palma irán a parar al dorso de la misma para salir del otro lado y realizar un giro de 180º con tal de volver al ataque con la artillería más pesada. Esto es así.

También se da la circunstancia de que hay mosquitos que con su probóscide (bienvenido al club de los amigos de Wikipedia) son capaces de atravesar montañas, glaciares y hasta láminas de plomo de varios kilómetros de grosor. Así que ya te puedes ir olvidando de agarrar la sábana y colocártela con ojos de súplica por encima de la cabeza, porque no funcionará, nada funcionará cuando se trate de los mosquitos de Córdoba.

Así que bueno, huelga decir que mis piernas son una oda a este bello animal y que el cuadro que me han ido pintando durante el verano a lo largo y ancho de este hermoso cuerpo aún no está terminado porque El Mosquito, oh, El Mosquito Cordobés jamás da una batalla por perdida y no importa lo que le cueste llegar a tu sangre, lo hará y cuando lo haga, no habrá vinagre que calme la amarga sensación de derrota que irritará cada una de tus madrugadas de aquí hasta el final de las noches veraniegas.

viernes, 4 de enero de 2019

Cierro la puerta -no pego un portazo-

Cierro la puerta,
no pego un portazo.

La cierro porque a veces,
me ha hace falta un espacio,
un hueco en el día,
un día acurrucado.

No pego un portazo.
Necesito un espacio.

Necesito un espacio,
aunque parezca enlatado.
Un trozo de universo,
bajosobre el techo del cuarto.

Una parcela de cielo,
un firmamento imaginado.
Un lugar libre del mundo,
a la vez que de él limitado.

No es algo forzado.

Es un respiro buscado.

Por eso cierro la puerta,
pero no pego un portazo.

Lo hago a conciencia y con mucho cuidado.

No es por siempre, ni es un anzuelo,
tampoco es una trampa,
y ni de lejos un reclamo.

Sólo es el croquis de una frontera,
un rectángulo con diferentes trazos.

Si el corazón está frío,
se dibujan engrosados,
pero si la lluvia es ligera,
y los truenos menos que tantos,
puedo afinarlos,
e incluso borrarlos.

No es más que una puerta.
Nunca fue un portazo.

Ojalá no tuviera que volver a explicármelo.