jueves, 5 de mayo de 2022

PENSAR UN JARRÓN

 Se sienta en un café queriendo bajar a tierra. 

Ya lleva un cuarto de hora sentada y recién se da cuenta: las flores secas del jarrón son hermosas.

Ha decidido escribir "recién" y "hermosas" porque lleva casi cuatro años viviendo en Argentina y le sale natural, pero es curioso, le da miedo escribirlo, muchos se ofenderían si la escuchasen utilizar esas palabras: muchos de aquí y muchos de allí; muchos de acá y muchos de allá.

En cualquier caso las flores son bonitas, son hermosas, un equilibrio perfecto entre flores secas naturales y flores secas artificiales, o puede que sean flores pintadas.

Antes de ponerse a escribir estaba pensando en otra cosa y no ha visto las flores. Bueno, en realidad, se estaba dejando pensar por ¿otra cosa? Sí, puede que esa afirmación sea más acertada porque, no era ella la que pensaba hace un rato. Algo/alguien la estaba pensando y la estaba llevando adonde siempre, adonde no quería, a pensar y pensarse sin parar y entonces... Entonces sí, ella, y no lo que fuere, ha pensado que si iba a pensar, iba a ser ella quien lo hiciera y que, además, no era pensar lo que quería, quería escribir, y no escribir sobre lo que estaba pensando. Y es ahí donde, como si lo acabasen de plantar delante de su nariz, ha aparecido el jarrón.

No es algo nuevo, le pasa a menudo, podríamos decir que ella vive así. Se vive pensando. Y no "se vive pensando" en el sentido en que se entendería en Argentina, sino en el más puro sentido de vivirse: vivir-se: a se.

Por eso, en  el momento que se ha dado cuenta, porque ahora sí, ahora se da cuenta, ha bajado la mirada de sus pensamientos hasta la mesa y se ha topado con el jarrón, el jarrón que siempre estuvo ahí, o pareciera haber estado porque, ella no podía asegurarlo, en realidad nunca lo vio.

Quizás hubiera sido necesario tropezar con él, cometer la torpeza de tirarlo con el bolso y romperlo para darse cuenta de su existencia. Sí, eso también le sucede a menudo. A menudo no ve las cosas hasta que se rompen o tropieza accidentalmente con ellas en algún sentido, con alguno de los sentidos.

Y ya va siendo hora, piensa, ya va siendo hora de ir cerrando toda esta cuestión del jarrón. Ya la hizo palabra, ya le dio existencia. Ahora queda beber el café que hace un rato espera sobre la mesa y procurar, de camino a casa, no andar por encima de las cosas, no ser pensada de nuevo por lo que sea que le dice "hay que ver cómo te cuesta cerrar los textos", procurar volver mirando lo que está delante y no otra cosa, cosa de no tropezar.