viernes, 2 de diciembre de 2022

CONTRASEÑAS

Una hora.

Llevo una hora de mi vida restableciendo, actualizando, introduciendo el código que han enviado a mi mail, volviendo a actualizar, volviendo a establecer, verificando y refrescando pestañas y pestañas sin parar solo para poder recargar mi tarjeta del teléfono.

Y aún no he terminado.

Llevo ahora más de una hora invertida en recargar dinero en una tarjeta de un aparato que cada día odio y me esclaviza más.

Una hora haciendo algo que no quiero para alimentar un dispositivo que a diario consume gran parte de mi tiempo sin que yo lo desee.

Nada de lo que llevo haciendo esta última hora es algo que quiera hacer y lo que es más, estoy comprando más insatisfacción futura, emperrada en gastar dinero en algo aparentemente necesario que, a largo plazo, solo me aporta insatisfacción o pérdida de tiempo en el mejor de los casos.

He olvidado todas las contraseñas, pero no quiero levantarme de la cama a consultarlas en mi ordenador. Me levanto de la cama a consultarlas en mi ordenador y descubro que la millonésima vez que las restablecí olvidé guardar los cambios en el documento en que las anoto habitualmente, por lo que , de nuevo a reestablecer contraseña en una cuenta en la que tampoco recuerdo cuál fue la última contraseña que reestablecí.

Viernes por la tarde. 

Podría estar leyendo, tomando una cerveza, rascándome la seta, pero no, llevo ya hora y media con una ruletita instalada en la útlima app que debía actualizar parar recargar mi saldo porque, de pronto, todo ha reventado y ha dejado de funcionar y yo quedo sin teléfono y...y...y... qué más puede pasar.

Eso puede pasar.

Que yo quede sin teléfono.

Y la vida 

y las ganas 

y todo lo que en realidad quería vuelva a su lugar.