lunes, 9 de marzo de 2020

APNEA VOLUNTARIA

Querida Rubi,

Te escribo algo alterada por el reciente descubrimiento que la semana pasada hizo mi octavo sentido. ¿Te acuerdas de Juan? Bueno, pues resulta… Perdón, te aclaro, Juan el de la Miranda, no el Juan Juan, nuestro Juan, el de la gomería, el que iba con el Pancho a segundo grado.
Retomo.
Pues va el Juan, el de la Miranda, y me viene y me cuenta el otro día algo no sé de qué. Yo hacía como un millón de años que no hablaba con él y ahí me vine a enterar que también él había pasado de categoría.

Tranquila amiga, que la cosa no va por ahí. No es que yo lo haya pasado a la cajita de los C, ya sabes, a la cajita ésa de esas tres  en las que clasifico a los que considero con esperanza de llegar a ser personas. Eso ya te conté. No me entretengo. Igual sí te aviso que Juan aún sería una E. Pero continúo.

Resulta que el Juan, nuestro Juan, y contra todo pronóstico, se me quedó atragantado en apnea voluntaria; en ese grupo de gente que no sólo no puedo tragar, sino que tampoco puedo respirar. ¡Ay! ¡Qué angustia Rubi! ¡Qué angustia!

Me acuerdo que ya habíamos hablado de cuando se me atornilla el estómago en algunas reuniones cuando están llenas de Efes y por muy rica que esté la comida. Te hice caso, por cierto, a lo de la copita de Brandy antes de empezar, y después, media de vino cada treinta minutos, y aunque no evitó el tapón en la boca del estómago inicial, resultó en una descontractura cervical importante.

Bueno, pero esto de la apnea voluntaria es otra cosa. Resulta que vino el Juan y me acordé de aquella profesora de Física que tuvimos en el preparatorio para la Universidad. Me acordé de sus dientes, de cómo escupían tabaco y cafeína sobre la libreta cuando nos corregía los ejercicios y cómo eventualmente alguna de esas gotitas nos salpicaba en la cara.

Tranquila, no es que me pasara eso con el Juan, que hasta donde yo sé de fumar nada y del café no tengo idea, pero apostaría al té con pastas.
No, lo que pasa es que igual que hacía con la de Física, me dio por, mientras hablaba con él, no introducir una gota de aire a mis pulmones. No sé Rubi, como si su hálito estuviera contagiado de algo mortal, algo que me iba a hacer daño y debía frenar a toda costa.

La cosa es que no me hubiera dado cuenta de esto si no hubiese sido porque la conversación duró mas de treinta minutos y tanto aguante cambió hasta el color de mi cara. Igual no creas que el Juan se percató lo más mínimo del azul que ya lucían hasta en mis pestañas. No. El dale que dale a que me prenda a no sé qué cosa de modificar no sé qué normativa para que los cables de la luz pasen por no sé qué lugar porque los limones le salen rancios por la frecuencia de no sé qué y en vez de acidificar la ensalada le sabe a alcaucil. Por cierto, que Juan no soporta el alcaucil desde que su abuela le ponía hojas hervidas sobre los párpados para curarle las ojeras y la miopía.
A todo esto el Juan con unas gafas de culo de vaso que madre mía y, ¡ah! ¿Viste? Me acordé en realidad qué era lo que me había venido a contar el Juan.

Igual no importa eso, porque resulta que lo que a mí me preocupa es lo de la apnea. Porque a ver si ahora va a ser que dejo de respirar cuando hablo con según que gente y si aparte de no comer tampoco respiro, pues en fin Rubi, no sé, es una cosa muy grave me parece.

Te digo que con la Lalia también me pasa, a veces, y ahí sí que la paso mal porque ya sabes cómo es la Lalia, que te repasa a los veintisiete nietos y, los más grandes, ya están con novia y en edad de procrear, así que, Rubi, por favor te pido, desde tu experiencia como médica, por favor, no quiero morir ahoagada por los nietos de la Lalia, tiene que haber algún modo de curar esto de la apnea voluntaria.

¡Ah! No sé si te servirá cómo referencia, pero con la Libia, la colombiana que se instaló hace poco en donde antes paraba el Javier, nunca jamás me pasa. Es más, desde que me di cuenta que cada vez puedo respirar al lado de menos gente, me suelo ir a refugiar bastante a lo de Libia. Es que para colmo prepara unos bizcochuelos de canela de película y su gata es lo más reconfortante que existe en el reino animal.

Rubi, seguro que tú con toda tu experiencia ya te has encontrado algún caso similar. Te ruego amiga, por favor, me mandes un remedio para este mal que tanto me asfixia.

Te abrazo desde la 560. Ven a visitarme algún día.

Kisses.

KLAUSER AMALIA- 95678432- 560- Hospital Villa Alegría

P.D: Dile al gordo que me traiga una pulserita nueva, que a mí nunca me hace caso, y ya se borraron casi todas las letras, apenas si se lee KLAMA 


sábado, 7 de marzo de 2020

El amor es la distancia exacta

A tres milímetros de la Gora.

A catorce mil kilómetros de ciertas memorias.

21 segundos antes de saltar.

El amor es la distancia exacta en la que algo deja de dañar,
el punto preciso donde el dolor comienza,
los centímetros que hay hasta un beso si es que tiene que llegar.

Todo amor se ubica en una lejanía cercana y concreta,
es una X a despejar.

Es raíz y brote de espinas,
y las huellas que deja en la almohada cuando se va.

El amor no traspasa la distancia requerida, y si lo hace es hora de dejar de amar.

A priori no determina a cuántos metros debemos quedarnos para que no nos  consuma,
por eso eso hay que tener cuidado antes de disponerse a probar.

La distancia necesaria para el amor a veces se mide en contracturas.
Cuando aflojan unx se acerca, cuando tiran es hora de rajar.

Si el amor aprieta demasiado hay que levar el ancla,
hacer las maletas y disponerse a olvidar.

Es ese espacio que nos une y nos separa.

Un susurro indomable que si quiere nos abraza y otras veces tira a matar.

Es una escucha atenta a la dirección de los pasos que nos aproximan o se van.

Una voz que nos protege del daño.

Un murmullo que nos indica dónde estar.