sábado, 14 de noviembre de 2020

Y sueñas la madrugada del 14 de noviembre

 Algunos días, más o menos uno de cada 156, te levantas entregada a lo que pasó, lo que pasó durante esa noche. No puedes describir el horror.

Alguien os perseguía a tu amiga y a ti. No sabes quién era tu amiga, pero su cara era la de una compañera de 3º de la E.S.O con la que a veces volvías a casa.

Puede que fueran varios los que os perseguían, y llevaban armas. Algunas ametralladoras por lo que recuerdas, aunque nunca escuchaste un disparo.

En un momento dado os subís a un coche gris y las balas que nunca esuchastéis os alcanzan. Puedes ver su sangre en la cara de tu amiga y por un momento piensas que a ti no te han dado.

Arrancas el coche aunque no sabes conducir y la huida comienza. 

Ahora sí, ahora estás segura de que la bala ha penetrado por tu sien izquierda. Sientes una gota de sangre correr por tu mejilla y un dolor punzante adentro de la cabeza. Un pánico asfixiante comprime tu caja torácica y de pronto te ves corriendo junto a tu amiga colina arriba. Habéis decidido que correr os va salvar más que ese pedazo de hojalta en el que os habéis metido.

Todavía os persiguen, pero tu mayor preocupación es que llevas una bala incrustada en el cráneo y no sabes qué es lo que a partir de ahora puede pasar.

Dudas.

La sangre no corre ya por tu mejilla y no puedes identificar un orificio de entrada. Has perdido a tu amiga y la cabeza te va a reventar. Debes ir a un hospital. No vacilas. Corres. 

Sigues corriendo aunque ya no huyes, sólo te quieres salvar, quieres sobrevivir a esa punzada que martiriza tu cerebro y te impide respirar.

Es entonces cuando te subes a un taxi y pides que te lleve lo más rápido posible a un hospital, que te dispararon en la cabeza, que es urgente que alguien te vea, necesitas ayuda.

El taxista te mira con calma y en el asiento del copiloto lo acompaña la sombra de Borges. No se da vuelta, no habla, pero es él, bueno, su sombra, que apoya las manos sobre un bastón. Nunca leíste nada en serio de Borges, igual es por eso que ni se molesta en mirarte a la cara.

La sombra de Borges no te produce nada. Está ahí y la identificas, nada más. Sin embargo, el taxista sí que te molesta, te habla, más bien, te incomoda. Que no tienes ninguna herida, que no, no hay sangre, no hay nada.

Su charla te irrita, aunque no podrías decir que él te caiga mal. Lo toleras, pero no puedes escuchar sus palabras porque cada una de ellas hace que la cabeza de duela más y más.

Sientes una daga atravesándote de sien a sien queriendo abrirte la tapa de los sesos. 

Si no era una bala, ¿entonces qué?

No te importa, le dices, no te importa si sangras o estás loca, necesitas ir a un hospital, necesitas ayuda, si no es de un neurocirujano, entonces de un psiquiatra, pero alguien debe hacer algo para que esta herida mortal te dé una tregua.

El miedo te empapa. El pánico no te deja respirar. No sabes si llegaste al hospital. Sólo despiertas. La cabeza te va a estallar.