domingo, 11 de diciembre de 2011

Rígida y de cartón

Te has sentido rígida,
de cartón,
y poco importa la flexibilidad de tus miembros hechos bola en la cama
porque eres una estatua de carne fría.

Miras tus pies como si fueran de otra
nunca antes los habías mirado así,
en el dedo meñique aparece de pronto un lunar,
aunque siempre ha estado ahí.

Hace demasiado frío para estar sin pantalones
y estás asustada
porque ni buscándote bajo ellos te has liberado de tu condición de figura acartonada.

No es el frío.
No es tu sexo hace tiempo desatendido.

Buscas en tus manos,
tus dedos,
tus uñas moradas ahora con un leve olor a ti misma
y son de nuevo las manos de otra,
sus dedos,
sus uñas.

Llega el momento de la pregunta,
la que se instala de pronto entre tu cuerpo y su huérfana intimidad,
la que te detiene justo antes de la segunda estocada.

“¿Cuándo comenzaste a deshabitarte?”

No lo sabes
y preguntas al espejo.
Su reflejo te muestra por enésima vez a esa otra
reflejo insípido,
anémico,
despojo errante sin habitáculo
de ti misma.
Aunque esa otra siempre ha estado ahí
como una fotografía de carné,
idéntica la imagen de ayer,
la misma sonrisa que mañana.

Entonces empiezas a odiarla
Quieres venganza en una segunda estocada
Gritar que te ha robado tu cuerpo
Sentir de nuevo tu alma
Dejar de ser un nudo de cartón
semidesnudo y frío,
un cuerpo sobre su propio ser rendido y abandonado
en la humedad inodora de unas piernas,
de las que ahora te sientes esclava.