lunes, 19 de septiembre de 2022

Nada que transmutar

 Me cansé de mí.

Esta mañana, antes de meterme en la ducha, me sorprendí a mí misma buscando un hilo de monólogo interior perdido. Mi último gran tema, la gran protegonista de mis obsesiones, se había esfumado y yo, detrás de ella, como una imbécil, a la caza de la tortura perdida.

Me siento a escribir y me doy cuenta de que hoy no tengo nada que transmutar. Que algunos traumas se cansaron de mí y decidieron volar para mi alivio, o mi desesperación, porque:

 ¿Qué hago yo ahora sin mis greatest hits dando vueltas? ¿Cómo relleno ese espacio? ¡Oh Dios! ¿Debería empezar a hablar de otra cosa? ¿Contarme otra historia? Y, ¿Qué pasa si me encuentro con la nada misma? Todo lo no vivido ahí, ahí mismo, explotándome en la cara un lunes por la mañana.

Qué angustia, qué angustia no tener nada qué transmutar. Sentarme a esperar que llegue la hora del siguiente alumno, beber un juguito de fruta natural repasando los modelitos de luto del funeral de la Reina en la Vanity Fair. ¡Oh qué mal! ¡Qué mal todo! Debería estar sufriendo con algo, preocupada por mi última gran cagada, acojonada por algo que me me esté por pasar, o me pueda pasar o pueda imaginar que podría llegar a pasarme.

Pero no, aquí estoy, lunes por la mañana sin nada que transmutar. Perdida en la sensación de inexistencia que da no enganchar un solo pensamiento autorreferencial con el que pegarme un buen revolcón.

Qué tristeza, qué vergüenza, no tengo perdón.