Aunque pudiera pensarse lo contrario y sin contexto previo, Juanlo no estaba excitado, ni movía las manos en anárquicos aspavientos cortando el aire irrespirable de aquel tugurio que era la habitación de Glo.
Se podría creer que ahora sí, que ahora Juanlo comenzaba a excitarse realmente, a cabrearse de verdad. Sin embargo, Glo lo observaba tranquila, serena,con un orgasmo entre las piernas y la mano sobre el abdomen. No tan tranquila y serena como las palabras de Juanlo, cuyo orgasmo ya había abandonado la entrepierna hacía rato.
Como siempre Juanlo elevaba las comisuras de los labios ante las intervenciones de Glo. En realidad, no las elevaba él, sino su amor hacia aquel ser diminuto, de proporciones diminutas y sonrisa galáctica.
- Nos hacen creer que no podemos Glo. Todo, todos nos hacen creer hasta lo más profundo de nuestro ser que no podemos. Quien ahora esté leyendo nuestra conversación seguro que no imagina ni por casualidad que conversamos sobre su mesa, desnudos, con olor a sexo y vino barato sobre unas sábanas gastadas. Por una parte, porque quien nos crea ha avisado del tugurio infernal que elegimos para nuestros encuentros esporádicos y por otra, porque no cree en su propia capacidad de construirse para construir. Me pregunto de qué servirá que quien nos lea se tome la molestia, si no tiene la menor conciencia de esa capacidad tan únicamente suya de hacer de nosotros alguien distinto en cada lectura.
Glo nos regaló una de sus sonrisas y Juanlo cerró la puerta feliz, como él es. Y créanme si les digo que Juan Lo ES.