viernes, 2 de diciembre de 2022

CONTRASEÑAS

Una hora.

Llevo una hora de mi vida restableciendo, actualizando, introduciendo el código que han enviado a mi mail, volviendo a actualizar, volviendo a establecer, verificando y refrescando pestañas y pestañas sin parar solo para poder recargar mi tarjeta del teléfono.

Y aún no he terminado.

Llevo ahora más de una hora invertida en recargar dinero en una tarjeta de un aparato que cada día odio y me esclaviza más.

Una hora haciendo algo que no quiero para alimentar un dispositivo que a diario consume gran parte de mi tiempo sin que yo lo desee.

Nada de lo que llevo haciendo esta última hora es algo que quiera hacer y lo que es más, estoy comprando más insatisfacción futura, emperrada en gastar dinero en algo aparentemente necesario que, a largo plazo, solo me aporta insatisfacción o pérdida de tiempo en el mejor de los casos.

He olvidado todas las contraseñas, pero no quiero levantarme de la cama a consultarlas en mi ordenador. Me levanto de la cama a consultarlas en mi ordenador y descubro que la millonésima vez que las restablecí olvidé guardar los cambios en el documento en que las anoto habitualmente, por lo que , de nuevo a reestablecer contraseña en una cuenta en la que tampoco recuerdo cuál fue la última contraseña que reestablecí.

Viernes por la tarde. 

Podría estar leyendo, tomando una cerveza, rascándome la seta, pero no, llevo ya hora y media con una ruletita instalada en la útlima app que debía actualizar parar recargar mi saldo porque, de pronto, todo ha reventado y ha dejado de funcionar y yo quedo sin teléfono y...y...y... qué más puede pasar.

Eso puede pasar.

Que yo quede sin teléfono.

Y la vida 

y las ganas 

y todo lo que en realidad quería vuelva a su lugar.

jueves, 10 de noviembre de 2022

La escritura

 

Esto es todo lo que tengo para contar.

La escritura no llega en forma de nada, solo llega, lo difícil es sentarse a esperar.

Yo intento cazarla, me comí la mentira de que se puede buscar.

Pero eso no pasa.

Nunca una novela más allá de la primera página. La historia siempre es inconclusa, o cambia de lugar por detrás.

Nunca una forma concreta.

La escritura me metamorfosea y yo me resisto a cambiar.

Me habla en un lenguaje que entiendo a medias y me da miedo expresar.

La escritura no es controlable, no tiene fronteras, no habla de sí misma ni de nadie más.

Existe,

se manifiesta

y se va.

Treinta minutos de verdad

 

Es la primera media hora en mucho tiempo.

Ayer hubo muchas medias horas, pero otra clase de tiempo ocupaba su lugar. 

El tiempo invadido, 

o el que invade, 

el tiempo sin espacio. 

Ese tiempo tan odioso que nunca es tiempo.

Hoy por fin llegó esta media hora y me siento aliviada.

Treinta minutos de verdad en medio de tantas horas seguidas de nada.

lunes, 19 de septiembre de 2022

Nada que transmutar

 Me cansé de mí.

Esta mañana, antes de meterme en la ducha, me sorprendí a mí misma buscando un hilo de monólogo interior perdido. Mi último gran tema, la gran protegonista de mis obsesiones, se había esfumado y yo, detrás de ella, como una imbécil, a la caza de la tortura perdida.

Me siento a escribir y me doy cuenta de que hoy no tengo nada que transmutar. Que algunos traumas se cansaron de mí y decidieron volar para mi alivio, o mi desesperación, porque:

 ¿Qué hago yo ahora sin mis greatest hits dando vueltas? ¿Cómo relleno ese espacio? ¡Oh Dios! ¿Debería empezar a hablar de otra cosa? ¿Contarme otra historia? Y, ¿Qué pasa si me encuentro con la nada misma? Todo lo no vivido ahí, ahí mismo, explotándome en la cara un lunes por la mañana.

Qué angustia, qué angustia no tener nada qué transmutar. Sentarme a esperar que llegue la hora del siguiente alumno, beber un juguito de fruta natural repasando los modelitos de luto del funeral de la Reina en la Vanity Fair. ¡Oh qué mal! ¡Qué mal todo! Debería estar sufriendo con algo, preocupada por mi última gran cagada, acojonada por algo que me me esté por pasar, o me pueda pasar o pueda imaginar que podría llegar a pasarme.

Pero no, aquí estoy, lunes por la mañana sin nada que transmutar. Perdida en la sensación de inexistencia que da no enganchar un solo pensamiento autorreferencial con el que pegarme un buen revolcón.

Qué tristeza, qué vergüenza, no tengo perdón.

jueves, 18 de agosto de 2022

LA CONJETURA

Lo que no se dice.

¿Qué puertas abre lo  que no se dice? Más que puertas, abismos.

Pero ¿y la libertad? La libertad de no decir lo que no se dice.

¿Qué clase de intento de colonización es La Conjetura que pretende poner palabras a lo que no se dijo? Corromper la libertad del silencio, o de las palabras ocultas, las no nacidas, las sólo gestadas.

La Conjetura se abre camino en un intento por saber lo que no debe ser sabido, lo que no quiere ser sabido, lo que pertenece al terreno de lo íntimo constantemente vulnerado.

Y no deja de hacerlo. Es implacable en su perseverancia. Incisiva y mortal. Mortal porque mata la verdad hasta desconfigurarla.

No te queremos Conjetura.

Si no te importa, te puedes ir yendo ya.

jueves, 5 de mayo de 2022

PENSAR UN JARRÓN

 Se sienta en un café queriendo bajar a tierra. 

Ya lleva un cuarto de hora sentada y recién se da cuenta: las flores secas del jarrón son hermosas.

Ha decidido escribir "recién" y "hermosas" porque lleva casi cuatro años viviendo en Argentina y le sale natural, pero es curioso, le da miedo escribirlo, muchos se ofenderían si la escuchasen utilizar esas palabras: muchos de aquí y muchos de allí; muchos de acá y muchos de allá.

En cualquier caso las flores son bonitas, son hermosas, un equilibrio perfecto entre flores secas naturales y flores secas artificiales, o puede que sean flores pintadas.

Antes de ponerse a escribir estaba pensando en otra cosa y no ha visto las flores. Bueno, en realidad, se estaba dejando pensar por ¿otra cosa? Sí, puede que esa afirmación sea más acertada porque, no era ella la que pensaba hace un rato. Algo/alguien la estaba pensando y la estaba llevando adonde siempre, adonde no quería, a pensar y pensarse sin parar y entonces... Entonces sí, ella, y no lo que fuere, ha pensado que si iba a pensar, iba a ser ella quien lo hiciera y que, además, no era pensar lo que quería, quería escribir, y no escribir sobre lo que estaba pensando. Y es ahí donde, como si lo acabasen de plantar delante de su nariz, ha aparecido el jarrón.

No es algo nuevo, le pasa a menudo, podríamos decir que ella vive así. Se vive pensando. Y no "se vive pensando" en el sentido en que se entendería en Argentina, sino en el más puro sentido de vivirse: vivir-se: a se.

Por eso, en  el momento que se ha dado cuenta, porque ahora sí, ahora se da cuenta, ha bajado la mirada de sus pensamientos hasta la mesa y se ha topado con el jarrón, el jarrón que siempre estuvo ahí, o pareciera haber estado porque, ella no podía asegurarlo, en realidad nunca lo vio.

Quizás hubiera sido necesario tropezar con él, cometer la torpeza de tirarlo con el bolso y romperlo para darse cuenta de su existencia. Sí, eso también le sucede a menudo. A menudo no ve las cosas hasta que se rompen o tropieza accidentalmente con ellas en algún sentido, con alguno de los sentidos.

Y ya va siendo hora, piensa, ya va siendo hora de ir cerrando toda esta cuestión del jarrón. Ya la hizo palabra, ya le dio existencia. Ahora queda beber el café que hace un rato espera sobre la mesa y procurar, de camino a casa, no andar por encima de las cosas, no ser pensada de nuevo por lo que sea que le dice "hay que ver cómo te cuesta cerrar los textos", procurar volver mirando lo que está delante y no otra cosa, cosa de no tropezar.