miércoles, 16 de septiembre de 2020

16 de setiembre en el patio

Miércoles 16 de Setiembre de 2020 

 

Aquí estoy,  bajo el naranjo del patio. 

Huele a azahar, por fin huele a azahar, huele tanto a azahar que se me seca la nariz de tanto querer inspirarlo. 

¡Ah! Que no tengo nariz. No importa, tampoco tengo un diario, ni el bolígrafo con el que escribirlo, nibueno tampoco estoy bajo el naranjo, sino sobre una  de sus ramas 

La recorro de un lado a otro y por ahí, cambio de dirección sin sentido alguno. 

A ella le extraña que haga eso, a ella que que está bajo el naranjo, ensimismada en su olor y el zumbido del millón de abejas que han venido a degustarlo. 

Hoy se me ha quedado mirando, otras veces pasa por el patio sin percibir que existo, pero se ve que el olor del naranjo en flor le ha dado el alto por el tiempo suficiente como para fijarse en mi cuerpecillo. 

Me gusta imaginar que escribo su diario y adivinar que hoy hablará de y mi paseo por este árbol. 

Ahora que me ve, ahora que sabe existo, los habitantes del mundo sabrán que en su jardín, pasea graciosa entre el barullo de las abejas y los frutales , una promesa de la literatura sobre patios, una  nobel escritora en forma de vaquita de San Antonio.

 

lunes, 14 de septiembre de 2020

La materia humana

No me llevo bien con la materia.


Es cierto que hay excepciones. La materia animal y vegetal no me generan problema alguno, pero con la humana la cosa se complica.


No es la materia humana en sí, su piel, sus pelos, sus dientes y costillas; con esa parte me llevo bien. Pero cuando el ser humano abre la boca tiendo a generar un conflicto con su materia.


También me pasa a veces con el ser humano en silencio, pero eso es menos habitual, tiene que ser un ser humano muy capaz para lograr que me lleve mal con su materia sin decir una palabra.


Pensaba en esto de camino a un bar después de pasar por una sesión de eso que llaman consultorio de belleza (todo un tema material). Pensaba en qué es lo que me pasa que lo que hay afuera me sienta tan mal. Pensaba en mis defectos de fábrica, en cómo puede ser tan alta esa susceptibilidad que tengo a que lo del exterior me atormente pudiendo llegarme a anular, pensaba en que debo aprender a llevarme mejor con la materia.


He seguido caminando hacia el bar con mucho cuidado y de forma insoportablemente lenta. Me gusta sentir que mis pies tocan la tierra porque lo cierto es que la mayoría del tiempo me lo paso planeando sobre mis ideas y, no me entero de lo que pasa con todo lo demás, todo lo que me rodea. 


Desacelerar y caminar y ver que tampoco es tan grave lo que pasa ahí afuera ha aumentado un poco mi capacidad pulmonar. El aire renueva.


He continuado camino y me he preguntado, como también me pregunto ahora, qué es lo que pasa cuando hago cada cosa. Qué pasa cuando las cosas que hago las hago sin los pies sobre la tierra, como la mayoría del tiempo de mi vida, como todo lo que he conocido hasta ahora.


Por ejemplo escribir.


Cuando he empezado con estas líneas no tengo duda que estaba en otro lado y que todo ese material no-materia me estaba aplastando la cabeza de una manera tan figurada como cierta.


El material venía desde esta mañana, desde que me he dado cuenta que me llevo mal con la materia, 

y he visto una frase en un contenedor que ha encendido la chispa de una posibilidad de escritura, 

y la he tenido que anotar.


¿Que por qué la he anotado si yo nunca hago esas cosas? Porque tenía que hacerla materia según mis conclusiones de la mañana, para no vivir el suplicio de lo inmaterial y la falta de concreción por el resto de mi existencia. Y ¿cuál era la frase? Bueno, la frase venía a decir mucho de lo que iba yo concretando pies en tierra de camino al bar: 


“Lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir”


Y yo preguntándome si en toda mi vida había tenido el valor o la oportunidad de hacer otra cosa…

y yo preguntándome si acaso la huida no era la cosa eterna en mi caso particular…

y yo, que no podía parar de reprocharme mi pésima relación con la materia…


Lo cierto es que no me gusta y me complica la vida sobremanera esta cuestión.


Por ejemplo, ese día en que un pedazo de materia humana viene y avasalla tu espacio vital, se mete en tu capa de aire, te pregunta, te opina, te cuenta, te examina, te deja sin cuerpo y sin todo lo demás, te estruja, te exprime y después te deshecha.


Ya sé, esto no les pasa a todos los trozos de materia humana, pero a a mí sí, a mí sí me pasa y quiero que todos ustedes los sepan. Mi cabeza hace mucha fuerza para que ese pedazo lleno de células se aparte de mi diámetro de tolerancia. A veces me basta con que se aparte medio metro más allá de mi cara o que disminuya unos pocos decibelios su verborrea. A veces con eso está bien y no necesito nada más. Pero ¿cómo le explico yo a esa persona que tengo problemas con su materia, o con lo que emana, y que, por favor, disminuya su tono de voz o el nivel de penetrancia de su mirada? 

No puedo hacerlo, se enojaría, o peor, me estigmatizaría, o peor aún, mis huesos acabarían en la octava planta del hospitlal, ésa que tiene rejas en la ventana.


De ahí entonces que quiera poner una solución rápida y eficaz a este tema mío de mi relación con la materia y, lo contaba, por si a alguien le interesa saber de esta pecualiaridad porque, a veces, qué sé yo, puede que me hayan visto con la mirada perdida en otra cosa, o las piernas cruzadas hasta querer reventarse entre ellas, o incluso, hecha una bolita en la cama si es que nos conocemos hasta haber tenido la ocasión de intimidar. 


Bueno, quería contarles que esto es lo que me pasa y que si tienen alguna receta, más allá de frases en recipientes para la basura, les agradecería escuchar sus sugerencias, a la vez que, les envío esta disculpa parida en la más sincera y profunda vulnerabilidad que engendra la extrañeza.