Estás llegando a casa y en la esquina la puerta de Juan
entreabierta. No te asustas, afuera está la gatita siamesa, ésa que él nunca
quiso adoptar. Están en proceso de que ella lo adopte a él, porque luego ves a
Juan sentado en el piso, mirando a la gata, esperando que entre para darle algo
de comer.
No puede ser que eso ocurra en tu cara, justo, justo ahora
que no te aguantas las ganas de llegar a casa y sentarte delante de la computadora,
lanzarte sobre las teclas y darle sin parar.
El mundo se detuvo hace varias horas, necesitabas decirlo ya,
contar que la escritura te persigue noche y día aunque en realidad nada ha cambiado
y sigues odiando a todos los escritores que hablan sobre la escritura. Igual te
lo puedes perdonar, igual tú no eres escritora todavía y por eso no dejas de
recaer en la pandemia de la metaescritura una y otra y otra vez.
Pero es que te acuerdas de tu profesora de Lengua en tercero
de secundaria contando eso de que escribir en segunda persona es una
vulgaridad, que es difícil hacerlo bien sin caer en lo banal, y te dices esto
tengo que contarlo algún día y en segunda persona, porque no será que… Detienes
tu arrogancia a medio camino de la siguiente palabra y le das a la segunda
persona con ganas.
Continúas en ensoñaciones libreras. Y si algún día llegase
por fin la forma… Porque no te sabes en ninguna estructura y eso te pone mal.
Porque últimamente ni cuento, ni relato, ni poesía, ni nada más que esta cosa
informe que no sabes lo que es, pero que ayayay qué maravilla las cosquillitas
en la tripa y sobre todo, bueno, sobre todo por esa zona, que aunque vulva
rimaba, no sabes cuán bien iba a quedar.
¡Ah! pero qué osada que continúa en segunda persona y ¡Oh! ¡Cuidado! ¡Que pasó a tercera! ¡Ja! No es verdad, la oración lo requería, pero eso ya lo
saben todos los que te lean.
¡Oh! Todos ¿Quiénes serán? Te lo preguntas a todas horas. Para
quién escribes estas cosas, porque sabes que se las escribes a alguien y en ese
debate entraste ya hace unos días. Te cayó como el orto que te dijeran que
publicar tus escritos en redes sociales era un grito desesperado. ¡Ah! Odiaste
a esa persona por horas y todavía te preguntas si no tendría razón, a veces, porque
dudas, siempre dudas y cuando se trata de poner en entredicho emocionalidades dudas
como la que más. Porque no será inseguridad, necesidad de aprobación y toda esa
mierda. Ni escribiendo quieres entrar en ese tema, contractura tus palabras y
es que por algo será, te cuestionas y te cuestionas...
Te encanta que te lean,
por qué no reconocerlo, te encanta, te encanta porque quizás casi nadie lo hizo
nunca, porque quizás fuiste toda tu puta vida la niña que lloraba solo con la
cabeza todo lo que quería y no podía expresar, porque total para qué si nadie
la escuchó nunca.
En esa última frase se te ajusta el nudo de la garganta, lo
hace incluso en la lectura en que la repasas. Es verdad, te dices, cuando la
garganta pega la puntada es verdad, una de esas berdades berdaderas que una vez
te propusiste contar. Entonces será verdad que nadie me escuchaba, pero no sabes si lo de que te lean y la necesidad de aprobación es berdad berdadera, porque ahí el nudo en la garganta nada. Entonces no será, eso te consuela.
Bueno no importa, total tus palabras no pasarán de momento
fronteras que te gustaría cruzar, como la de los cristales de las gafas de esa
escritora que tanto admiras o las yemas de los dedos de Erika, quien te enseñó
más de escribir que ninguna de las supuestas superstar. Ojalá se enterara,
sospechas que a ella también le gusta que la lean.
No sabes si se trata de eso o también de que hay días de
cafeína en que no le ves sentido a nada más que a narrar y narrar lo que corre
por tus células. Como esa señora que vino hoy a la consulta, que era bruja,
estás segura, y que hará dos años la viste en uno de tus sueños chungos, pero
que te decía que siguieras tu propio camino o un cliché similar. Bueno, no era
exactamente ella, pero lo era, ella y una mezcla con algo de tu abuela, que nada
que ver porque era rubia, pero era de esas cosas que entre tú y los sueños te
entiendes y basta.
Y todo seguiría así , escriba que escriba, para que te lean,
para que se lea todo lo que pasa por estos lares, que están interesantes, que ¡por
Dios! no encontraste una palabra mínimamente más decente que “interesante”,
pero que te da igual, que a lo que ibas era a explicar que hay días que parece
que a Juan lo pusieron ahí con la gata a propósito como para tentarte, como
para que no te aguantes las ganas y engullas la cena sin masticar, porque lo
que importa es que puedas llegar a tiempo mientras la escritura siga y puedas
entregarle todo a ella digan lo que digan o digas lo que digas o lo que mierda sea que pasa en toda esta historia extraña.