sábado, 19 de octubre de 2019

Él

Cuando yo llegué  él ya estaba ahí. La primera vez que lo vi me miró de lejos y dio a entender que mi existencia le perturbaba y le era indiferente a partes iguales. Tenía la capacidad de expresar todo eso en un mismo gesto, lo mismo que con un par de movimientos casi imperceptibles ponía a todos los miembros de la familia a sus pies. Yo quería ser como él, ansiaba ese poder y envidiaba el millón de habilidades extraterrestres que poseía. Por eso desde el día en que llegué me puse manos a la obra y no perdí  ocasión de observarlo con atención.
  
Durante un tiempo también  intenté ganarme su afecto. Le movía la cola a mil por hora, lo invitaba a jugar a pillar y le saltaba encima cada vez que se distraía un poco, que era casi nunca. Pero en pocos meses tuve que desistir y cambiar de táctica. Aquello nunca iba a funcionar con Él. Porque él realmente era Él. Él, como decidí llamarlo el día que lo vi dar un salto perfecto de más de dos metros de altura sin que se le moviera un pelo, me tenía hipnotizada. Mi nueva estrategia consistió en empezar a imitarlo y comencé a caminar a su manera. Por un tiempo me convertí en su sombra y aprendí a moverme sin ser vista, a pisar el suelo sin que se escuchara y a entrar en cualquier lugar sin que apenas se apreciara mi presencia. Por supuesto que cuando cualquier otro miembro de la familia llegaba perdía el norte y volvía a mi rol de perra saltarina muerdecordones del montón, pero entre tanto me pasaba las horas intentando convertirme en maestra de la sutileza y la precisión.  

Siguieron pasando los meses y un día me concedió el honor de tumbarme a su lado. Pasaron unos meses más y pude rozar su cuerpo plutoniano. Un poco más tarde, un día, vino a sentarse junto a mí y hasta me dirigió una mirada que entre líneas regalaba algo parecido a la simpatía. 

Lo que todavía no he logrado, pero quizá con un poco de paciencia y la perseverancia que me caracteriza puedo al menos intentar, es entender qué diablos quiere decirme cada vez que abre la boca y me suelta ese lastimero sonido. Creo que en toda su perfección el pobre salió fallado en el lenguaje porque, en vez de decir guau, como todo el mundo, Él insiste con su miau.

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