Cuando yo llegué él ya estaba ahí. La primera vez que lo vi me miró de lejos y dio a entender que mi existencia le perturbaba y le era indiferente a partes iguales.
Tenía la capacidad de expresar todo eso en un mismo gesto, lo mismo que
con un par de movimientos casi imperceptibles ponía a todos los
miembros de la familia a sus pies. Yo quería ser como él, ansiaba ese
poder y envidiaba el millón de habilidades extraterrestres que poseía.
Por eso desde el día en que llegué me puse manos a la obra y no perdí
ocasión de observarlo con atención.
Durante un tiempo también intenté ganarme su afecto. Le movía la cola a mil por hora, lo invitaba a jugar a pillar y le saltaba encima cada vez que se distraía un poco, que era casi nunca. Pero
en pocos meses tuve que desistir y cambiar de táctica. Aquello nunca
iba a funcionar con Él. Porque él realmente era Él. Él, como decidí
llamarlo el día que lo vi
dar un salto perfecto de más de dos metros de altura sin que se le
moviera un pelo, me tenía hipnotizada. Mi nueva estrategia consistió en
empezar a imitarlo y comencé a caminar a su manera. Por un tiempo me
convertí en su sombra y aprendí a moverme sin ser vista, a pisar el
suelo sin que se escuchara y a entrar en cualquier lugar sin que apenas
se apreciara mi presencia. Por supuesto que cuando cualquier otro
miembro de la familia llegaba perdía el norte y volvía a mi rol de perra
saltarina muerdecordones del montón, pero entre tanto me pasaba las horas intentando convertirme en maestra de la sutileza y la precisión.
Siguieron pasando los meses y un día me concedió el honor de tumbarme a su lado. Pasaron unos meses más y pude rozar su cuerpo plutoniano.
Un poco más tarde, un día, vino a sentarse junto a mí y hasta me dirigió
una mirada que entre líneas regalaba algo parecido a la simpatía.
Lo que
todavía no he logrado, pero quizá con un poco de paciencia y la
perseverancia que me caracteriza puedo al menos intentar, es entender qué diablos
quiere decirme cada vez que abre la boca y me suelta ese lastimero
sonido. Creo que en toda su perfección el pobre salió fallado en el
lenguaje porque, en vez de decir guau, como todo el mundo, Él insiste con su miau.
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