domingo, 14 de julio de 2019

Berdades y otros cuentos: Berdad nº 1: El boli

Una vez fui a un psicólogo. Le conté que no me sentía segura en nada, ni con nada, que mi  vida era como una especie de blandibloo -nunca supe escribir eso bien, o si se escribe, o siquiera si existe el blandibloo- y que claro, con todo eso sobre mis espaldas, más la opresión ansiosa que me provocaba en el pecho e impedía que éstos superaran la talla 75, que tampoco sé si existe, pues bueno, básicamente no podía vivir.

Aquel tipo no me entendió nunca, pero ese día me propuso algo y, como siempre que me proponen algo, yo piqué el anzuelo. Me dijo que buscase alguna cosa que me hiciera sentir segura.
Mi primera reacción fue instantánea: para esto me leo el suplemento de psicología de Vogue. Pero al día siguiente me di cuenta de que aquella propuesta me había quedado tintineando cerca de la mente.

Algo que me hiciera sentir seguridad.

Una piedra.

Una piedra era como lo opuesto al blandibloo, así que como tiendo a navegar por los extremos sentí que quizá un pedrusco en el bolsillo me ayudaría a aterrizar un par de veces por día. Sin embargo y,  como siempre, sabía que me estaba equivocando.
"Piensa en algo que puedas llevar a todas partes. Cuando te sientas insegura podrás recurrir a ello como recuerdo de que todo está bien"

"Todo está bien" En fin. Me limité a omitir la última parte para poder explorar sin más vueltas mis adentros y busqué sensaciones de seguridad, situaciones o lugares en los que me hubiera sentido capaz, o al menos, libre por un ratito. Comidas, películas, libros, perritos, mares, ríos, plantitas, algunos besos, la mirada de Johnny Depp...nada de eso era portátil.

Por supuesto y de nuevo: no;  el psicólogo no servía para una mierda, lascosasdeafueranonoshacensentirsegurxsquémevieneacontaréstedeseguridadsinisiquieraélestásegurodeloquehacelaverdaderaseguridadnoexisteymenosestáenalgodeafueracortocircuitoneuronal.

Pero como siempre y de nuevo, el anzuelo ya se había anclado fuerte en el paladar de mi inquietud y me jodía cada vez que Blandibloo se paseaba por mis células.

Debía seguir buscando.

Y aquí paso directamente a contar que en mi nuevo trabajo relleno millones de planillas al día. Oh, qué pena, nada que ver con nada, pero sí, por supuesto, esto tiene mucho que ver con todo, todavía no estoy tan mal, aún soy capaz de hilar ideas por más de media hora seguida.

En mi nuevo trabajo no me pagan los bolis, ni los correctores, no me dan una bata con el logo de la empresa y el tensiómetro lo pongo yo. Bueno, lo que importa en realidad es que no me pagan los bolis y gracias a eso El Boli reapareció en mi vida hace una semana junto con el psicólogo de Vogue, las piedras y el tatuaje que supuestamente me iba a hacer cuando en el  medio de una epifanía hace tres o cuatro años descubrí cuál era La Cosa que me hacía sentir segura y que, como tantas otras cosas verdaderamente importantes, pasó totalmente desaprecibida en medio del maremoto de la "vida".

De pequeña pintaba un montón (disculpas por el agujero de gusano parte II)
Pintaba a todas horas, en todas partes, y lo genial era que en esa época era posible seguir pintando también en el colegio, así que estamos hablando de cuando era pequeña, muy pequeña, muy muy canija, máximo cinco años.
Aunque por un tiempo se borró, algo en mí nunca olvidó lo que significaba pintar y por suerte, no hace tanto retomé los lápices. Con los lápces retomé los bolis y con los bolis me sentí poderosa.
Hará más de diez años que me propuse escribir en serio, pero no hace más de cuatro que realmente siento que Escribo y Escribo porque un día pinté y desde aquel día nada fue nunca más verdad que dejar un trazo sobre una página.

Buscando seguridad me di cuenta de que ninguna Cosa, Persona o Animal transmite seguridad en sí misma. Me di cuenta que para mí lo que puedo hacer con un boli es lo más seguro que hay, lo que me atraviesa y después tiñe las páginas es lo único cierto de todo lo que puede existir. El hecho de poder ser instrumento de lo que lo invisible esconde para ser creado, es mucho más vibrante y cierto que cualquier cosa que pueda imaginar jamás y eso me hace sentir verdadera aunque solo sea por esos instantes.
Con El Boli aprendí que se pueden rellenar planillas sin ser un robot y vivir sin pretender cumplir con ninguna espectativa ajena. El Boli era un modo de sintonizar la antena con todo lo que había enterrado el miedo a no gustar y sobre todo era un arma, un arma que podía usar cada vez que cualquier forma de mentira viniera a arrasar el pequeño jardín que comenzaba a dibujar por ahí adentro no sé muy bien dónde.

Ciertamente nada es tan fácil y no tardé en olvidarme de la idea de tatuarme mi nuevo tótem en la cara interna del antebrazo cual varita mágica que va dibujando arcorirs y unicornios por las cloacas de la vida, pero ahora que no hago más que rellenar planillas todo el día, El Boli me ha venido a visitar de nuevo y qué sé yo, estaría bueno que se quedara aunque fuera por un ratito más, como dos visitas más al psicólogo, o así.






No hay comentarios:

Publicar un comentario