martes, 3 de diciembre de 2019

POMPAS DE JABÓN


Explotó.

Estalló.

Suavecito.

¡Pluf!

Más bien…

¡Plip!


No era la primera vez y sospechaba que de seguir así no iba a ser la última. Seguro que no. Antes pensaba que no aprendía, ahora aprendió que no era eso, que lo que pasa es que es una pompa de jabón y las pompas de jabón cada tanto estallan, se hacen agua, un charquito de colores en el suelo y sobre él unos zapatos rojos.


Explotaba.

Cada tanto explotaba.

Suavecito.

¡Plip!


Esta vez había sido por ella, pero podía haber sido por cualquiera, o ni siquiera eso, podía ser por nada, o por punto, y coma; y ya.


Las burbujas son así. Las burbujas somos así, se decía, y no se quería quejar más porque ni ella misma sabía cómo hacer para que no estallaran ¿será que no tenían que no estallar?


Cada día se sentía más pompa. Si caminaba por el barrio y el día no había estado tan mal, era como que salía de casa viendo el mundo a través de esa ventana de jabón y agua. Desde ahí adentro todo brillaba, casi podía tocar esa verdad mientras se gozaba en esa pompita hermosa rodando la vida pasar.

Caminaba y alguna vez incluso hasta la esquina era capaz de mantener el pompeo. El Problema eran los demás ¿POR QUÉ? No quería, pero el problema eran los demás, como el infierno, bueno, algunos demás.


A veces sólo pensarlos su frágil esfera ideal estallaba solita. Un “¿Pero qué le pasa a fulana conmigo?” bastaba para derramarse en agua y tener que volver a empezar.


Otras veces era la vida, la vida nada más: una mala noticia, las lentejas quemadas, el cambio de presiones en un día de tormenta o su cuerpo, sobre todo su cuerpo, su cuerpo un millón de veces inútil e incapaz de tomar aire y soplar para crear una nueva pompita alrededor, una pompita más hermosa, más arcoíris y sobre todo menos vulnerable al estalle ante la adversidad.


Pero no podía. Sabía que no podía. Las pompas son así, es su esencia y no puedes cambiarlas, no debes cambiarlas. ¿Dónde se ha visto una pompa con curvas de metal que la inhabiliten a flotar? La esencia de la pompa es explotar a la mínima o volar. Son extremas, no hay manera, no hay otra. Su modo de relacionarse es el todo o nada. De eso va pompear. 


No encontraríamos una pompa bailando con un cactus, o sí, pero estallaría en cero coma, y no es que esté mal por definición; es la manera en que las pompas se relacionan con estas plantas. Lo suyo es un encuentro breve, apasionado y fugaz. Después, se abrazan hasta el infinito a través del agua de la pompa que alimentará la planta para pasar a formar parte de ella por toda la eternidad. Todo esto gracias a la por todos reconocida característica inmortalidad del cactus.


También pasa que las pompas tienden a pompear con otras y eso obviamente suele ser lo más. Una pompa arranca, otra le sigue detrás y después, otra y otra van alzando el vuelo con una trayectoria marcada únicamente por su mutua afinidad. En entorno seguro, es decir, allá por las alturas, se viene la mejor parte de esta actividad. De pronto las burbujas comienzan a interaccionar, se acarician sutilmente como sólo una pompa podría acariciar y acto seguido se da la conglomeración total. De siete pompas nacen tres y de tres dos hasta llegar a la gran esfera fusional.


Es verdad que comunión tan exagerada suele acabar mal o con una caída libre trepidante a tierra, pero ellas ya lo saben porque se saben pompas y conocen sus tendencias extremas combinadas con los peligros de pompear.


Quien es pompa es pompa y no puede ser nada más.

Y como pompa estalla,

y explota,

y se llora,

y sus zapatos rojos quedan tirados sobre el pavimiento en un charquito de lluvia jabonada porque, con los cordones demasiado prietos, se complica despegar.


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