Algo se rompió adentro mío y la madeja salió rodando.
No sé de qué hilo tirar.
Elijo uno y se enmarañan cuatro.
Suelto.
Miro por el otro lado y busco otro más, pero vuelve a pasar
lo mismo.
Todo está demasiado apretado, demasiado contenido, todo es en
definitiva sinónimo de demasiado.
Pienso en no tirar, en sólo mirar la madeja,
observar,
y por supuesto del cielo no cae ningún milagro.
No rompo en llanto aunque es lo que más necesito.
Supongamos las lágrimas aflojándolo todo, seguro podría empezar a tirar por algún lado. Y no tirar forzando, detalle en el que
recién me fijo, sino tirar de caminar, de comenzar por algún lado.
Esta vez me acerco con cuidado, no quiero presionar a estos
hilos, pero sí que necesito sacarlos, desenmascararlos, ver lo que tienen
guardado y desatarlos.
La madeja es madeja al fin, pero también puede desandar el
camino hasta el enredo máximo, desanudar los hilos y volver a ser capaz de
ordenarlos para bordar algo más parecido a un cuadro, uno distinto, el mío, y
no el que impusieron el miedo junto al caos.
“Desenmadejar es un ejercicio de mucha paciencia, buenas
dosis de ayuda y un montón de espacio”
O
eso me dije un día, este día extraño, en el que no paro de temblar a la vez que deshilacho.
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