Nadie antes había descrito con tanta belleza semejante
fenómeno. Quizá porque no era uno de esos fenómenos naturales, probablemente
porque a nadie antes se le había ocurrido mezclar en el mismo agua hirviente
una bolsita de hinojo y otra de frutas del bosque, seguramente porque nadie
había amado antes como ella lo hacía, porque jamás nadie antes había sabido
amar como ella, o porque, con toda probabilidad, el blues que empañaba los
cristales de la habitación no le dejara otra opción.
La cuestión es que lo hizo y así se lo hizo saber en una
servilleta de papel que le dejó sobre el mantel por lavar.
“INFUSIÓN DE HINOJO Y FRUTAS
Flotando en el mismo
agua, desesperados, enloquecidos. Trotando en la misma esencia. Locos.
Desatados. Ahogados y supervivientes de cada zambullida. Exhaustos y
recomenzados. Pendientes de un hilo de sangre. Dejando fluir nuestra esencia.
Deslizándonos por las paredes de nuestro bote ardiente. Dejando escapar el
hálito estremecido del aroma entremezclado de nuestro deseo. Hundidos en roja
pasión de sabor recíproco. Inevitablemente enredados, absorbidos, reabsorbidos,
bebidos, embriagados, revueltos y mixtos. Desarmados y desalmados en sabor
mutuo. Así estamos.El pollo está en el horno”
Salió con la chaqueta del revés y una manzana entre los
dientes.
Aquella noche hubo más que un té de dos infusiones.
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