Yo siempre tomo el 26, no lo cojo jamás, nunca más lo voy a coger,
Dios me libre, pero lo tomo con bastante frecuencia y por fin siento que
incorporé su lenguaje secreto.
El primer día que tomé
un colectivo tuve un problema fundamental: no sabía dónde ponerme. Hay
toda una ley no escrita y que todo el mundo conoce para ubicarse en el
lugar adecuado cuando el bus está masificado. No sé si las personas que
van en él saben hasta qué punto cumplen cada artículo de esa ley, pero
si el que sube la desconoce y se sitúa en el lugar incorrecto, de pronto
sufre un ataque indiscriminado de miradas de desaprobación y reproche,
sólo miradas, porque el bondi es un lugar sagrado, un templo, la gente
apenas susurra algunas palabras ahí adentro.
Una vez
posicionada inadecuadamente suelo agarrarme a algún lado para no salir
despedida. El barrio donde vivo está en un alto por lo que en ciertos
momentos hay bajadas más o menos pronunciadas, más o menos como el
Dragón Khan, pero sin chaleco de seguridad. Ahora ya voy saltando en
esos tramos, pero el primer día, bueno, el primer día era un saco de
boxeo bamboleante.
La clave es la apertura de piernas, cómo me gusta decirlo. Con mi estatura necesito una apertura X, qué a punto esta letra,
que me permita mantener mi centro de gravedad lo suficientemente
estable como para no ir dando bandazos a mis conviajeros. Al principio
no era muy consciente de este detalle y cuando el vehículo iba medio
lleno no solía tener la destreza que se precisa para ocupar la cantidad
de territorio necesaria y evitar el efecto catapulta. Ahora ya sí, ahora
hasta me irrita ver a los más bajitos ocupar más territorio del que les
corresponde dejando a los larguiruchos volar a su suerte en las curvas.
Otra particularidad es que colectivero y colectivo vienen a conformar una especie de
simbiosis. Cuando entras y ves la cara al que conduce o el decorado de interiores de parabrisas y retrovisor, puedes hacerte
más o menos una idea de cómo va a ser el viaje. Yo por si acaso saludo
muy amablemente a todos, como diciendo hoy no quiero morir, pero
ya me
voy dando cuenta de que eso nunca pasa, que el Dios de los colectivos y
el SúperDios de los colectiveros
protege a todos de cualquier percance por variopinto que éste pueda
resultar, y que de momento puedo dejar mi vida en sus manos con
confianza.
Los colectiveros no conducen, desafían las
leyes de la física. Una vez sucedió que uno de ellos fue capaz de
recorrerse la
ciudad de punta a punta con el motor a medio calar. Aquel vehículo iba a
morir, debía morir, había llegado su hora, pero no contaba con que a su
cargo estaba EL COLECTIVERO: esa especie aparte, ese súperhombre, un
ser superdotado y singular que cada día juega al tetris con tus
articualciones y te recuerda la importancia de vivir el instante porque
ése en el que girará en Pedroni con Rozas de Oquendo podría ser el
útimo, aunque, indudablemente, le debemos conceder, que mereció la pena el viaje.
Vamos por la saga de los colectivos y colectiveros cordobeses. Amé este relato!!!
ResponderEliminarJajaja!!! Excelente!!! 👏👏👏👏
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar👏👏👏
ResponderEliminar